jueves, 3 de abril de 2014

José Joaquín “El Jardinero” y Ana Rosario “La Costurera”

Era de noche, El Jardinero, así llamaban a José Joaquín, acaba de escapar del calabozo donde se encontraba preso, se acerca al pueblo por un camino que lo bordea, a duras penas salta una pared de piedras, coge una trocha hasta llegar al corral de Ana Rosario, a la que conocían como La Costurera, y entra en la casa. Viene herido en un hombro, enlodado de barro y húmedo ya que tuvo que cruzar el cenagal de una charca cuando era perseguido, después de haber sido disparado. Ana Rosario lo desviste, lo lava, le cura la herida y lo esconde en el doblado de la casa, detrás de unos muebles viejos sobre un jergón relleno de paja, para que pueda descansar.


Por la mañana, el eco de un tango argentino con aires de bulería que resuena en la radio entra por la ventana y despierta a José Joaquín. Sigiloso, ladea la vieja cortina y se asoma a la ventana que da al corralón y en el brocal del pozo ve a Ana Rosario, que se percata y sube corriendo. Le dice que se tiene que ir, que lo están buscando. Corría el año 1939. El Jardinero había escapado cuando aguardaba a que lo llevaran al paredón de fusilamiento que hay junto al cementerio. Por esta vez, había sorteado a la muerte, corrió mejor suerte que tres de sus compañeros, los cuales sí fueron asesinados y que yacerán ya enterrados en alguna fosa común.


José Joaquín pertenecía al Partido Anarquista, estaba afiliado a la CNT y había luchado en el Frente Popular en Madrid. De allí huyó, junto a dos paisanos suyos y lograron escapar de un campo de concentración donde ejecutaban a presos políticos afines al Frente. Un campo de concentración del cual les dijo un alguacil mientras les apretaba los grilletes, que solo había una puerta de entrada, en la que se encontraban, y otra de salida, señalando a la chimenea del crematorio. Allí estuvieron presos tres meses, obligados a realizar trabajos forzados, picando granito de sol a sol, atados a una piedra con un alambre de espinos puesto sobre sus hombros.

Su vida, que siempre había estado al servicio de la gente, corría serio peligro. Sus ideales políticos y su involucración en la lucha contra el franquismo le hacían ser una de las personas más buscadas, por el régimen, en la provincia de Sevilla. Se le quería vivo o muerto.

José Joaquín decidió irse a la sierra durante un tiempo con algunos compañeros Rojos muy conocidos por la zona. Se hospedaba en chozas alejadas de carriles y veredas, en cuevas o casillas abandonadas fuera de zonas colindantes a caminos transitados. Los Rojos le ayudaban a escapar de la muerte, le daban refugio y compaña. Compartían vivencias, fatigas, ilusiones y sueños, aunque sabían que todo había cambiado radicalmente y era imposible volver, a corto plazo, a una época como la que la guerra había destruido. De vez en cuando, el Jardinero iba a las casillas de amigos suyos que vivían en el campo a informarse de la situación global de la zona y de los rumores que sobre él había, pero sobre todo para saber sobre Ana Rosario. No amenazaba a nadie, no pedía nada, y siempre comentaba que solo pasaría por allí ese día, que nunca más lo verían hasta que no pasara todo esto. Él no quería poner en riesgo la vida de nadie. Él era un hombre bueno. Y eso todos lo sabían.

Una mañana, la Guardia Civil llegó a casa de Ana Rosario, la llevaron a la plaza del pueblo junto con otras mujeres, todas ellas esposas o novias de hombres que habían luchado en el Frente. Una vez allí, un grupo radical de fascistas les raparon la cabeza y las pasearon por todo el pueblo para ridiculizarlas. Después las llevaron al ayuntamiento, donde las torturaron para que informaran el lugar donde estaban escondidos sus novios y maridos. El cabecilla del grupo abofeteó a Ana Rosario que, con un ojo morado y la mejilla ensangrentada, dijo que jamás colaboraría, que su dignidad estaba por encima de todo, que prefería morir a colaborar con los fascistas.

Esa misma noche, tras el revuelo acaecido, José Joaquín entra en el pueblo. Deambula por las calles más oscuras y se dirige a la taberna de El Alpargatas, una tasca que se encuentra en una calle estrecha a las afueras del pueblo donde se reúnen, clandestinamente, algunos amigos de El Jardinero a escuchar a La Pasionaria en Radio Pirenaica. Una calle adoquinada, donde las farolas desprenden una luz muy tenue, le lleva hacia su destino. Cuidadosamente para no ser visto, entra en el tugurio, pide una botella de vino pistraque, suelta en el mostrador tres conejos que había cazado con los lazos y pide que los guise para comérselos entre los que allí había. Sus amigos le sugieren que no aparezca por allí en un tiempo, ya que puede buscarse una ruina. El Alpargatas le dice que se tiene que ir, que siempre tendrá su ayuda, pero que corren tiempos difíciles donde vigilan cualquier movimiento, que la vida corre peligro para todo aquella persona de la que haya indicios de contacto con El Jardinero. Él les comenta que ya lo tiene decidido, que se va del pueblo, que se despide por una temporada, que emigra a Barcelona y que antes de irse le quería dejar una carta a El Alpargatas para que se la lea a los amigos cuando lleguen a la taberna. Le pide este favor ya que era el único amigo que recordaba supiera leer.


Durante varios días esa carta era la comidilla en el pueblo entre sus más íntimos, que guardaban el secreto como si la vida les fuese en ello… y realmente les iba. Todos querían escuchar lo que allí ponía. Una noche, después de haber escuchado pasar al sereno por la calle, quedaban reunidos varios amigos allí en el bar, eran sobre las once y media y el Alpargatas comienza a leer.

Queridos amigos:
Seré muy breve. Me voy por un tiempo. No quiero morir, pero no me malinterpretéis, no le temo a la muerte si con ella se consigue recuperar lo que era nuestro. Me voy porque no quiero ver sufrir los continuos ataques que está padeciendo Ana Rosario, por los que algún día me veré obligado a matar a alguien… y no quiero manchar mis manos de sangre sucia e indecente. Solo si me veo obligado llegaría a hacerlo, pero os aseguro que no me temblaría el pulso. Me marcho porque aquí no hay nada que me aliente a seguir, porque es difícil luchar contra los elementos. Es imposible vivir a escondidas eternamente, huyendo cuando no he hecho nada malo, cuando soy yo quien debería buscar a los culpables para ajusticiarlos y no ellos a mí. Yo no soy un asesino, yo no privo a nadie de libertad, yo no impongo mis ideales y creencias, yo no niego a nadie sus derechos civiles ni humanos.  Mi mente siempre os tendrá presentes y mi espíritu siempre estará con vosotros, aquí o donde vayáis. Algún día nos volveremos a ver, espero que sea pronto y sobre todo en otras condiciones más favorables.


En ese momento llaman a la puerta. El Alpargatas esconde la carta, eran cuatro fascistas del pueblo que vienen armados buscando al Jardinero… pero, otra vez, la suerte le había sonreído y había sorteado a la muerte. La ha tenido cerca, pero parece que todavía no es su hora.
José Joaquín y Ana Rosario han emigrado a Barcelona, una ciudad lo suficientemente grande donde pasar desapercibido, aunque nunca dejarán de realizar actos por recuperar la democracia y los derechos de los que habían disfrutado no hace mucho tiempo. Ambos asisten a numerosas reuniones clandestinas, viajan a Francia sirviendo de mensajeros para familiares de exiliados y ponerlos en contacto con ellos… Un afán de lucha y un sentido de la dignidad increíble, aun a sabiendas que la muerte les acecha. Pero eso es lo que sienten, lo que han mamado y su único objetivo. Dos jóvenes que luchan por un sueño a pesar de las circunstancias. Así pasarían toda la época del franquismo.

Año 1975. Ana Rosario ya ha cumplido 54 años y José Joaquín pasa de los 55. Ahora alientan a jóvenes a que luchen por recuperar algo que perdieron hace muchos años. Asisten a charlas en sedes encubiertas de partidos políticos de izquierdas, sus hijos son partícipes en numerosas revueltas en Barcelona en la época de la transición. Se nota que han heredado esa ambición que tuvieron sus padres. Ven cómo el país cambia radicalmente en poco tiempo, pero al contrario a como lo hizo 36 años atrás. Muchas cosas por pulir, muchos cabos atados por el régimen franquista presentes en las nuevas leyes, pero al fin habían conseguido recuperar una ínfima parte de lo que les quitaron, que fue mucho. Todavía quedan secuelas, pero sus hijos y nietos iban a poder disfrutar de una vida digna y todo gracias a la lucha de gente que murió en el intento, de personas que nunca disfrutarían de ello, de seres humanos que pedían justicia y libertad, aunque solo fuera para sus descendientes.


Al cabo del tiempo, cuando se normalizó la situación, Ana Rosario volvió a ser La Costurera y José Joaquín volvió a ser El Jardinero. Regresaron al pueblo del que nunca quisieron salir, donde eran alguien, donde quedaron tantos recuerdos, tantos amigos y familiares. Ese lugar donde estaban sus raíces, pero al que seguramente sus frutos, sus hijos y nietos, no volverán salvo en vacaciones a visitarlos. La vida ha sido injusta con ellos, como con tantos otros porque la guerra no es buena para nadie, pero mucho menos para los que la pierden.

Hoy un día cualquiera pasada más de una década del S.XXI, como tantos días ya, José Joaquín, mientras cena, está escuchando “El Parte”, así le gusta llamar al Telediario, donde solo aparecen noticias manipuladas que ofrecen los medios de comunicación. Con resignación mira a Ana Rosario, apaga el televisor y exclama ¡a mí no me engañan estos! ¡Solo faltaría que nos pusieran el NODO! Coge su bastón, se va hacia su habitación, dirige su mirada a una vieja radio que conserva desde hace muchísimos años y piensa ¡Qué pena que no haya hoy día un canal de Radio Pirenaica donde poder escuchar  a alguna Pasionaria en estas noches tan frías! Mientras se desviste, acaricia la cicatriz de su hombro y recuerda otras épocas donde perdió todo lo que tenía, su libertad de expresión, sus derechos, sus ilusiones. Se le viene a la mente aquella noche en la que pudo haber muerto y se le pasan por la cabeza todas las penurias que sufrió en sus carnes durante cuarenta años, en los que no había ni un solo día en el que soñara que todo cambiaría. Luchó en la guerra, con apenas veinte años, defendiendo la libertad y la perdió; luchó en la transición, pasados los cincuenta y cinco, para recuperar lo que era suyo. Hoy, con más de noventa y cuatro años, no tiene fuerzas para luchar. Desearía ser ese chaval con veinte años y salir a la calle a defender sus derechos, incluso arriesgando su vida, si fuese necesario, pero sabe que solo le queda el espíritu de lucha; su cuerpo, marcado por el tiempo, no le acompaña. Se tiende en la cama y dos lágrimas le recorren el rostro. No quiere morir viendo a su familia en esta situación y sabe que le queda poco de vida. Ana Rosario también se acuesta. José Joaquín le pregunta ¿qué hemos hecho mal los de nuestra generación para haber recibido esta vida tan dura? ¿Qué hemos hecho mal los de nuestra generación para que, en una misma vida, volvamos a ver los mismos ideales que nos sumieron en una dictadura, y además, habiendo ganado ese derecho en las urnas? Ana Rosario le responde: Nuestra vida ha sido muy dura, pero tenemos la satisfacción de que nuestros nietos pudieron estudiar, tuvieron desde que nacieron una sanidad pública y unos privilegios que solo en nuestros sueños podríamos haber visto. Y yo lo que me pregunto es ¿Qué hemos hecho mal los de nuestra generación para que la juventud de hoy no tenga nuestro espíritu de lucha?¿Qué hemos hecho mal para que no luchen, si las condiciones en las que lo harían son mucho más seguras para su integridad que en nuestra época? Solo el tiempo lo dirá, aunque me temo que sea demasiado tarde y no podamos verlo.

José Joaquín era un jardinero de sueños, también pudo ser un pintor de esperanzas. Ana Rosario fue una costurera de finos bordados de ilusión, quizás una poetisa de la vida. No existieron como tal, pero representan a muchos otros que sí vivieron, lucharon, incluso perecieron por la causa… y yo quiero luchar por “El Jardinero” y “La Costurera” que llevo dentro.


En homenaje póstumo a mis abuelos paternos José y Rosario y maternos Joaquín y Ana.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Mi previa para la vuelta del primer derbi europeo

Podría escribir esto después, si ocurre. Podría unirme al carro vencedor, si sucede. Pero no, lo hago ahora. Jugándomela a hacer el ridículo, a que se mofen de mí, a que, si no pasa lo que deseo, deba asentir con la cabeza si me miran con sonrisa pícara. Me voy a arriesgar a ello.

El jueves se juega más que un partido. No debiera ser el más decisivo del año, no creo que sea el más importante, no. No porque nuestras aspiraciones, quizás sean otras. Pero, esto es Sevilla, y ese "El Partido del Año", sin más apelativo.

sábado, 4 de enero de 2014

La Imposición del Aborto: Una ley entre ideales fascistas y dogmas religiosos

Bajo la palabra “Ley”, mucho se ha escrito, dicho y hecho a lo largo de la Historia de la Humanidad, aunque esta palabra y su interpretación no siempre ha sido lo más justa posible. Leyes Divinas y Sagradas que dictaminaban sobre el castigo e incluso asesinato de personas por sus creencias o ausencia de ellas, por su libre pensamiento, por no seguir las doctrinas religiosas que se imponían, Leyes sobre discapacitados y lisiados, los cuales eran abandonados, en algunos casos considerados como seres demoníacos, poseídos o inservibles, y en otras ocasiones se les suponía que los defectos físicos eran marcas del pecado. A lo largo de nuestra historia siempre aparece la obscura sombra de la religión, siempre actuando en nombre de algún dios. Y todavía sigue así.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Bajo el mismo cielo que otras civilizaciones

El mes de agosto nos ha traído noches de estrellas fugaces, de lluvias de meteoros, de Perseidas… y ciertamente es un placer contemplar el cielo, en noches claras y despejadas, lo más alejado posible de cualquier foco de contaminación lumínica. Relajación y belleza, sensación de bienestar y magia, oscuridad y luz, el simple hecho de contemplar o incluso adivinar constelaciones y figuras imaginarias que se forman en la inmensidad del cosmos.

jueves, 1 de agosto de 2013

Reflexiones de carretera

En un viaje en coche, con la tranquilidad de una carretera casi vacía y escuchando música, una canción me hizo reflexionar. "Imagine", una genialidad musical creada hace varias décadas, sigue siendo hoy una joya famosa... las maravillas nunca pasarán de moda.

sábado, 29 de junio de 2013

José Antonio Escribano, cantaor

Decían los antiguos flamencos que para cantar con sentimiento había que haber “pasao fatigas”… Frases míticas dentro del cante jondo quedaron en torno a este padecer como la de Manolito de María que decía: “canto porque me acuerdo de lo que he vivido” o esta otra de Tía Anica la Periñaca: “Cuando canto a gusto me sabe la boca a sangre”.

Conocí a José Antonio Escribano Carballido, el hijo de “La Garrancha”, un verano en el que uno de sus hijos, Evaristo, nos presentó. Su hijo y yo habíamos echado más de un cante y más de una charla flamenca en aquellas maravillosas noches de verano a finales de los 90.

sábado, 15 de junio de 2013

Amor, desencuentro, pasión, desilusión y algún que otro sentimiento que no sabría describir

Hoy he desempolvado algunas letras que escribí hace mucho tiempo. He releído viejos poemas que escribí ante alguna sensación o sentimiento en un determinado instante. Las he unido a otras letras más recientes y me he decidido a compartirlas. Algunos de estos escritos nadie llegó a leerlos y otros solo la persona a la iban dedicadas, otros están escritos solo por el hecho de que me gusta escribir, aunque siempre debe haber algo detrás de cada poema que te inspira o te conduce a escribirlo. Pero me ha dado cuenta que muchos amigos no conocen esta pasión mía por escribir poemas y he pensado que, por qué no, mostrarlos para, quien quiera, pueda leerlos.